domingo, 14 de julio de 2013

Un mal hombre

La noche de abril más fría que recuerda la pasó soñando despierto. Se debatía entre febriles pensamientos y accesos momentáneos a la realidad para sucumbir de nuevo a ese sueño intranquilo que lo llevaba consumiendo días. Volvía a despertar aturdido, el cuerpo bañado en sudor pegajoso y la alarma del despertador seguía conectada, marcando impertérrito la misma hora que hace 4 días: 4:30 a.m. Tenía la imperiosa necesidad de levantarse y mirar por la ventana, por donde se filtraba la pálida luz de una farola, formando un haz caprichoso que dejaba entrever el cochambroso estado del dormitorio. Con un esfuerzo titánico se obligó a levantarse, con una mano sobre la mesita, donde seguía condenándolo el despertador con su parpadeo incesante a las 4:30 a.m, se incorporó. Tardó varios minutos en lograr una insegura verticalidad pero pudo avanzar indeciso hacia la ventana. El mortecino haz de luz artificial seguía clavado en la habitación. El trayecto era de apenas 2 metros pero se hizo angustioso. <<Majadero, todavía faltan unas horas>>, comprendió. A pesar de sus pasos vacilantes logró alcanzar la ventana. Se asomó. Abajo en la calle reinaba la calma. A lo largo de la acera varias farolas formaban círculos luminosos equidistantes pero no había rastro de movimiento. Nada inquietaba la calma nocturna. <<No lloverá siquiera, yo esas cosas las huelo>>. Permaneció un minuto observando en silencio. No se oía más que el parpadeo preciso del reloj. Otro minuto más. <<Estoy realmente agotado>>. Decidió volver al camastro. Había dejado de sudar pero el frío se le había metido en los huesos y tiritaba con cada movimiento. Se abandonó al silencio y cerró los ojos, escrutando la oscuridad. Notaba los latidos de su corazón golpeando con fuerza, encolerizado, ansioso. Le retumbaba en las sienes como un mazo de carne y sangre. <<Lo se, ya falta poco>>. Poco a poco el duro y áspero colchón lo fue aceptando y su cuerpo se relajó encima. Con un estremecimiento cayó dormido, y soñó.

Volvió a soñar con esa extraña pesadilla; un hombre sin rostro recorría un callejón oscuro, formado por mil esquinas, de las que emanaba luz ardiente. El callejón estaba frío como el hielo pero a través de las esquinas dispuestas en derredor se podía sentir su cálido resplandor. El hombre sin rostro avanzaba a tientas por el callejón, en parte porque la oscuridad era densa y también porque el resplandor de las mil esquinas luminosas era cegador si levantaba la vista. El hombre continuaba su camino, con la vista pegada al suelo, vigilando cada paso que daba, adivinando los obstáculos invisibles en la oscuridad que reptaba pegada al suelo. Evitando levantar la vista y exponerse a la luz cegadora. Recorría la mitad del camino haciendo caso omiso a los sonidos que emanaban de las esquinas a medida que las cruzaba, atractivas y tenebrosas. Cada una que cruzaba era más tentadora que la anterior. La necesidad de mirar a los focos de luz cada vez era más imperiosa y se hacía casi irresistible. Ansiaba poder abandonar esa oscuridad pero temía mirar directamente a la luz. Se iba haciendo cada vez más duro avanzar esquina tras esquina, sintiendo su calidez, escuchando su llamada. Se debatía con su propio miedo. Aún así seguía caminando, con pasos de plomo, lentos y cargados de duda. Una, dos, tres... cinco esquinas más y las rodillas se le doblaron, bajó la vista al suelo para frenar su caída con las palmas de las manos pero ahí no se veía nada. La negrura ofrecía eso, vacío, incertidumbre, la inseguridad de lo que no se ve. Un suelo estable y firme o una delgada línea inestable para caminar. Antes de apoyarse en el suelo cerró los ojos en un acto reflejo. El suelo que tocaba y que no veía era polvoriento. Diferentes texturas le oprimían las palmas de las manos, que no apoyaban rectas. Notó como volutas de polvo ascendían hasta su nariz. No era el suelo que esperaba encontrar, el que tanta seguridad le daba mientras caminaba huyendo de la cegadora luz. Se quedó con palmas y rodillas apoyadas largo rato hasta que recobró fuerzas. No era su suelo, no era lo que necesitaba pisar, no era más seguro que la luz ardiente y desconocida. Se decantó. A la próxima esquina giraría y se entregaría a la luz. Haciendo acopio de valor se incorporó y caminó presuroso hasta el siguiente haz de luz. Algo le decía que no debía volver atrás. Notaba el corazón acelerándose en el pecho. Su ansiedad crecía. Su curiosidad era salvaje. Ya lo tenía, apenas unos metros. Ralentizó el último paso en un momento de duda final y se asomó. Tenía los ojos cerrados pero la luz le calentaba el rostro. Sólo se veía una cortina blanca tras la fina piel del párpado. Era la hora, se decidió a mirar...

<<Raaaam, raaaam, raaaam. Raaaam, raaaam, raaaam>>. El estridente despertador sonó histérico a las 4:30 a.m. Se incorporó con el cuerpo dolorido. El haz de luz seguía filtrándose pálido a través de la ventana entreabierta. Llegó la hora. <<Que sabor tan amargo>>, masculló. 

Cuando volvió a la ventana entreabierta la calle seguía en calma, sumida en el silencio. Estiró el brazo dentro de la habitación hasta un cajón cercano. Tiró del pomo y se abrió con un "zaag". Cogió el revólver. El tacto frío del arma le recorrió los dedos. <<Yo siempre he sido un mal hombre>>. Se apoyó en el alféizar de la ventana y aguardó. Pasaron algunos minutos, no sabría decir cuantos. El revólver era una losa en sus manos. <<¿Pesa de verdad o es mi conciencia?>>.

Al rato se oyeron pasos en la calle desierta, "clac clac clac...". El hombre, desde su ventana, se tensó. Al fondo de la calle se dibujó una silueta negra. Una sombra que avanzaba sobre la acera con paso seguro, iluminándose cuando se situaba justo debajo de los focos amarillentos de las farolas. Ya sabía quién venía. Lo había estado observando noche tras noche. Sabía calcular lo que duraba cada paso, el número de ellos que necesitaba hasta cruzar la calle y desaparecer al otro lado. Conocía su cuerpo como la palma de la mano que sostenía su sentencia. La sombra vacilante que iba proyectando sobre el asfalto. Conocía su condena, como conocía la de cualquiera. Sabía quién era ese hombre, otro hombre sin rostro, otro espíritu apostillado tras una ventana. Levantó el arma hasta formar un ángulo recto entre sus brazos y su pecho. Los "clac" se acercaban por la acera. <<Eres una sombra, igual que yo. Un mal hombre. Por eso no tienes rostro>>. Tensó el percutor del tambor del revólver y se preparó. La sombra cruzó la última farola y se sumió en la oscuridad que había justo enfrente de la ventana. Cerró los ojos y apretó el gatillo. Sus mejillas se tensaron. Oyó un "tic", seguido de un "bang" y nada más. No miró por la ventana, nadie gritó. Un estruendo había roto la noche pero allí no había nadie que gritara, nadie que llorara. La realidad se había vuelto sorda y opaca. Se apoyó contra la pared que había bajo la ventana con los ojos cerrados. Cuando los abrió el cañón del revólver le apuntaba a él. La misma mano lo sostenía implacable. Sonrió. Esta vez sólo oyó un "tic" y la realidad se volvió negra.



U

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