miércoles, 11 de enero de 2023

Cuento XXXI - Elegía herética de Ulises

Que narra el encuentro de Ulises con la dama prohibida en la isla de Anatolia bisbac Al-Cretius y de la ininteligible conversación que mantuvieron de la que se dice que solo ellos dos entendieron.

 

Ya había arrebatado el viento su senda al océano azul cuando llegó. La proa del Ocaso Capitular se había incrustado en un saliente marmóreo del meandro. No había niebla, pero la visión no era clara en el pequeño golfo de arenisca y piedra. “Para mí no es más que otro escollo, he encallado tantas veces, en tantos sitios, que es como si hubiese llegado a puerto…” se decía mientras recordaba las luces y el olor a especia del indomable puerto de Istra. 

 

Un entramado de raíces y roca se erguía frente a él en la ladera de una montaña. Caía el sol del ocaso cuando divisó la gruta entre la hilera de rocas escarpadas donde acababa el sendero de arena. Una tenue luz amarillenta se empezaba a vislumbrar desde la abertura a medida que se disipaba la tenue luz del horizonte. Ulises avanzó hacia ella con la esperanza de encontrar refugio. Atravesó el umbral de roca irregular y descubrió un pasillo estrecho que giraba bruscamente a la izquierda. El giro, no mayor a tres pasos comunes, reveló entonces los detalles de la estancia. Una amplia bóveda de piedra gris brillante ocupaba todo el techo, del que colgaban treinta y una lámparas encendidas emanando un fulgor amarillento. Las paredes de roca estaban recubiertas de tapices rojos y negros, con bordados de hilo de oro viviente, que representaban escenas de los más lejanos y extraños lugares, danzando y moviéndose a su antojo dentro de su marco de tela. Quien viviera allí tenía consigo las arenas del tiempo. Ulises se maravilló de la ornamentación de la sala: había lámparas de latón y oro, cerámicas del Alto Imperio, vasijas procedentes del Valle Diamante, sillas y mesas de ébano y suaves alfombras dispuestas en abanico bajo los pies y los muebles. Además, estaba ese olor… ¿a qué olía? No era una especia, era fresco. Ulises respiraba ese aroma y experimentaba un recuerdo interior, un viaje, ¡qué aroma intenso! Avanzó maravillado por la gran cámara de piedra ornamentada atraído por ese olor y entonces lo oyó… Empezó como un susurro lejano, pero se fue afinando en su oído hasta desgranarse en unos acordes y un tono melódico. Se oía una canción a lo lejos:

 

“Te besé, te abracé 

Y atrapada me quedé.

Te bese, una vez,

Y atrapada me quedé. 

Me he convertido en un guardagujas,

de mis quereres, barrera levantada. 

De mis castillos en el aire, de mi baraja 

hoy tan manoseada” 

 

Sobrepuesto al embrujo inicial del olor refrescante continuó avanzando hacia aquel sonido. La gran cámara de la cueva se reducía en su parte final a una pequeña sala-cámara de piedra oculta tras un tapiz verde bordado con hilo de oro viviente, que hacía las veces de puerta. En su centro se veía la imagen de un koala en un sueño placentero abrazado a algo que Ulises no conseguía ver. Al acercarse se dio cuenta que los brazos del koala se agarraban a un vacío… no había nada. El hilo de oro subía y bajaba en un entrelazar de hebras doradas, pero entre los brazos del koala no se formaba figura alguna. El corazón de Ulises se encogió. Atravesó el marco del tapiz y entonces la vio. No fue un despertar abrupto de un sueño incoherente. Fue más bien la recepción consciente del fin de su razón. Frente a él encontró un rostro sereno, de bellísimas facciones, con dos mejillas que eran pozos de perdición. Los cabellos de oro le caían ondulantes sobre el cuerpo más peligroso que jamás pudo contemplar. Llevaba un vestido de fina tela de Rivendel, blanco marfil enmarcando los hombros y la cintura. Ulises sabía que no tenía qué mirar esos ojos, quizás no habría encontrado lo que creía estar viendo, pero no podía arriesgarse. “Tendría que abandonar todo mi camino si me lo pide”. Pero en el fondo sabía que había encallado en Anatolia bisac por ella, que había entrado en esa gruta por ella y se encontró enfrentando los ojos que lo miraban expectantes. Entonces lo supo con certeza: había encontrado a Sirene. La Leyenda de los Hombres Antiguos relataban a Sirene como la mujer más bella y sexualmente activa que el mundo haya conocido. Sus facultades más legendarias y destacables se encontraban en el ámbito sexual, donde se dice que hacía enloquecer a los hombres. Ningún mortal ha sido capaz de escapar cuerdo de un encuentro con Sirene, siendo temida y a la vez amada por todos los hombres del planeta. Un halo de tristeza también cubría la leyenda de la bella Sirene. Se decía que nunca jamás un hombre pudo contentarla con regalo alguno que estuviera a su altura y que tras haberlos hechizado los condenaba a permanecer alejados de ella y abandonados a la locura.

Sirene pareció leer el rostro de Ulises. Empezó a hablar con una voz suave y melodiosa, mientras movía sus labios rojos. “¿Sabes qué hay herrerillos que nunca se posarán en el suelo durante toda su vida?” A Ulises no le confundió la pregunta, ni siquiera supo bien cómo la oyó. Su mente divagaba en un túnel de tiempo a una velocidad estrepitosa y no era capaz de detenerla. Y estaba ese olor… “¿Mi camino acaba aquí?” Se preguntaba confundido. Parecía divagar más allá de las paredes relucientes de la cueva. “Ya no soy ni canción ni sueño.” No supo bien si llegó a pronunciar alguna palabra en voz alta o si Sirene era capaz de escuchar dentro de él, pero ella le contestó con su voz melódica: 

 

-        Hoy quiero tu amor, y sentir tu voz y vivir por ti. - Sonrió al decirlo. 

 

La cabeza de Ulises daba vueltas. Se resistía. “Hoy es como si todo hubiese pasado hace tiempo”.  “¿De qué huyes, esta vez?” Preguntó Sirene. Ulises alzó la vista con unos ojos incrédulos. Estaba seguro que ella no había pronunciado ninguna palabra, pero le hablaba y su voz resonaba dentro de su mente. Vio cómo su ondulante cabello rubio recorría los hombros mientras pronunciaba las palabras cadenciosamente:

 

-        Ven, por favor, háblame de los amores que son prisión. - Un deje de tristeza cubrió el rostro delicado de Sirene. Su voz sonó como el eco onírico de un recuerdo.

 

A pesar del embotamiento era capaz de distinguir un hecho infinitamente triste. No era Sirene un ser al que él profesaría temor. Se sintió seducido por mucho más que su apariencia física y su leyenda. Sirene era capaz de escribir en su alma. Era su único encaje frente a la soledad que tanto creía anhelar. ¿Sería ese el pensamiento de tantos hombres que sucumbieron a su olor y sus encantos? ¿Es este mi destino? Sus pensamientos daban vueltas y se retorcían en una infinidad de mundos interiores, todos luchando por salir a flote y dominar ese barco a la deriva. Sirene ya lo sabía. Le tendió una mano a Ulises que la agarró con fuerza.

Una revelación tuvo en ese instante. El olor, la mezcla fresca que entraba por su nariz y que hacía su mente volar sin freno hasta estrellarse en el océano turbulento de Sirene. El olor tenía color en su mente, lo podía ver, sentir. Entonces lo pudo descifrar. Era el “Elixir del Alma”, la llama que mantenía ligada a Sirene al mundo terrenal, el préstamo de los dioses a los hombres para mantenerla entre ambos mundos. Estaba siendo embargado por su Eucalipto. La hierba prohibida, la maldición de la humanidad. Él lo entendió, lo conoció, supo que había que hacer y no se resistió más. Su mente cansada se detuvo en un mar de tranquilidad. 

 

Al fin, tras un largo silencio, con la mano de Sirene entre las suyas pronunció las palabras que cambiarían su destino: 

 

-        Te conozco desde siempre, al fin te puedo abrazar. - El rostro de Sirene resplandeció junto a la luz reflejada de la cueva. - Oh, mi pequeña, tu regalo es esta isla… ¿no lo consigues ver? 

 

Ulises nunca lo vio porque jamás quiso salir de allí pero el hilo de oro siguió su danza infinita pero esta vez creando los mundos que abrazaba el Koala. El fino trazo fue dibujando la presencia de una rama fuerte, encajándola con delicadeza entre los brazos del animal que seguía durmiendo plácido. Además, unas palabras fueron grabadas en relieve dorado en el tapiz que sellaba la entrada para siempre. Allí se podía leer: “Ya no hay cadenas que atan, sus dos brazos son fuertes ramas en las que guarecerse”. 

 

Y así quedó escrito para siempre, tal y como dice el dicho popular escrito en La Leyenda de los Hombres Antiguos: “Lo que borda el hilo de oro viviente retumba en la eternidad” 

  

 

 

 Epílogo

 

Este relato está extraído de “La Elegía del Navegante” (La Elegía, popularmente), escrita en el año 31 de la Era Solar Marrón por Josiah Cristante (fdo. JC), marinero mercante que se dice perdió un brazo en una tormenta de arrecife. Su relato fue descartado por la Traducción Ecuménica al considerarse indigno de las andanzas ininterrumpidas de Ulises, fiel reflejo de la rectitud y el honor. No obstante, este relato se ha conservado hasta nuestros días como una de las leyendas más reproducidas al calor de la hoguera en el eterno invierno terrestre tras la transformación solar, donde mujeres y hombres anhelan seguir los caminos de conexión eterna que Sirene y Ulises trazaron aquella noche en el Mare Nostrum. 

 

Josiah Cristante murió 2 años después de publicar “La Elegía” tras una disputa con un comensal en una taberna portuaria, por lo que gran parte de su obra, incluida la leyenda de Ulises y Sirene, enmarcada en su Cuento XXXI quedó para siempre circunscrita a este pequeño fragmento.

 

 

Ítaca, año 5114 de la ESM.




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 1 de noviembre de 2015

Un viaje

Ahora que la tempestad me aleja de la orilla me rindo ante ella y amarro mis velas rotas. Nunca fui enemigo del mar y no me estremecerá ahora. Cada choque frenético del casco de mi maltratado navío con las olas embrutecidas me devuelve a la realidad nocturna de la tormenta. “Sigo aquí” parece gritarme. “Te acompaño” me consuela. 

Alejar la tierra como se alejan los malos pensamientos. Purificar el alma ante una nueva aventura, como cada vez que sale al mar el marinero aventurero. Para calmar el dolor del pasado, el humo de la nostalgia y los tiempos que dan fuerza a un futuro por descubrir. En cada inicio que se desata una tormenta recuerdo como surcar el mar me produce la mejor vía introspectiva de mi presente. Es la manera adictiva de necesitar continuamente su exilio. 

Y dile que la echo de menos...

U

lunes, 9 de junio de 2014

Los ojos del León

Es mi animal favorito. Lo supe desde el primer día que lo hallé al anclar mi viejo navío en la isla. Su mirada me hizo temblar, me hizo estremecer en lo más profundo de mi alma como nunca antes había tenido la oportunidad de sentir. Pude experimentar como una mirada amarilla y gris te habla dulce y feroz que yo soy la perfección hecha cuerpo.

Lo miraba y escuchaba mirarme mientras se mecían las olas a mi espalda y permanecía inmóvil ante tanta belleza. No se movió, no respiró, mandó detener el viento durante una larga inspiración para que yo me deleitara saboreando las entrañas de mis miedos. Era suyo, me había conquistado. Sin lucha, sin resistencia. Había entrado reventando la puerta de mis delirios de grandeza y había resuelto pasearse por encima de mi ego mientras le apeteciera. Y aún seguía mirándome...

Dejábamos pasar las horas y yo me acostumbraba a su intrusión. Fue sondeando los recodos de mis miedos, devorando las dudas que me lastraban cada viaje y que no podía escupir al mar, fue moldeando la maqueta del hombre que iba a ser cuando me marchara y dejara atrás esa mirada de perfección y frío instinto. Me hizo saber que andaría por el mundo y jamas sería como él. Me confesó que perseguiría su perfección por los rincones del mar de sal y espuma. Atravesando amaneceres rotos y atardeceres ocres con vientos fríos y nerviosos. Que nada sería fácil pero que todo iría bien. Le creí con fiereza, destrocé mi máscara de escepticismo para que me inundara por completo.

Me transformó cuando lo conocí. Me confundió, me hizo despertar y conseguí hallar mi camino...

Solo con una mirada.






U









miércoles, 26 de marzo de 2014

Isla Primavera

Gente que se va y gente que se queda. Son días de viento primaveral que barre y limpia los despojos de un invierno del que ya quedan poco más que los huesos. Viejos huesos fríos y resquebrajados por los avisos primaverales prematuros que demuestran cómo pasa el tiempo y que todo va sobrando, envejeciendo y muriendo.

Hoy Ítaca está melancólica. Se mueve un luto triste por un invierno que se fue y mi casa está tan vacía como la cama desde que Penélope está esperándome. Y se que aún tardaré en volver, y se que duele la ausencia y el olvido. La memoria sufre mientras el feroz céfiro trae la agitada primavera desde el oeste. Sirve un monótono desayuno y se marcha sin mediar palabra. Es honesto, nunca fue un amigo, sólo un atrezo de este escenario, el mayordomo del día a día. Un empleado del tiempo. Por eso nunca seremos nadie el uno para el otro. Nuestra fútil relación se deshace como la espuma en el mar.

Me desperezo y lanzo la pereza a la fría mañana. Recorro el puente mojado por la bruma y la sal y, como cada mañana, miro de frente al futuro. Abrazo el mástil con el puño y, subido al mirador de madera, dejo al viento azotar mi cara. Abro los ojos, tierra extraña a lo lejos tras la niebla...

Y sigo navegando por el ancho y silencioso océano, guardando un rincón en mi alma para Ítaca, y para Penélope, la de cálido esplendor. Mientras dure esta Odisea las estrellas serán las piedras del camino, las migas de pan en este laberinto. Y mientras todo dure:

Nos vemos por los mares 






U

sábado, 15 de marzo de 2014

Crecer en tiempos revueltos

Sostengo el tiempo de mi vigilia a base de una buena dosis de impaciencia. Insano, lo se. Lo siento yo mismo. Pero me alimenta por la noche aunque me consuma de día. No todo es silencio en esta oscuridad en que crezco. Sopla un cálido viento. Trae recuerdos de las vidas de muchos hombres hace muchos años. Es el director de la película de la Vida. Sopla, susurra, esparce los recuerdos de todos los que han vivido, que lo han conocido y que jamás lo tuvieron. 

No es el viento de un canto triste, tampoco. Esa oda al transcurrir incesante del devenir hasta el mar de la tranquilidad. Segregación humana en cada etapa de la ciencia que fomenta el rencor de los ecos de vida de aquellos qué elevaron la cumbre de la civilización y se volvieron únicos. Eternos. Tan intemporales como la Luna, tan recordados como criticados. ¿Genios? ¡Genios!

Y termina su melodía susurrante, deja de mecer las ramas de los árboles y ya no se rozan dulcemente las hojas de mi memoria. Pasa, nada queda. Solo yo y el silencio. Asi estaremos bien. 

Qué difícil es hablar con uno mismo. Debéis entender que ni yo mismo entiendo.  



U

jueves, 13 de marzo de 2014

Dame morbo y te diré quién eres.

El imperio televisivo me llega a impactar cada vez más. Esta vez un programa de entretenimiento, interpretado por niños y dirigido a ellos en gran medida abusa de un poder tan poco autorizado como ético. Ahora les da por traficar con sentimientos. Con esa debilidad que tiene cualquier sociedad humana para con sus pequeños. Un programa muy lucrativo en este aspecto es La Voz Kids de Telecinco. "Telecirco" la llaman por ciertos foros y es tan acertado el acrónimo como horas dediques a los principales programas del canal. Todo su contenido roza la desinformación, fomenta espíritus vagos y enarbola la bandera del éxito sin necesidad de educación. Analfabetización social televisiva la llamaría yo. Pero eso solo ya merece una crónica aparte.

Mi interés en esta entrada no va más allá de expresar mi profundo desprecio a la última jugada del circo de La Voz Kids. Una función a la que han llamado Iraila. Por desgracia, el hecho en si es una tragedia y por supuesto vaya por delante las condolencias a la familia, pero lo que se debería analizar es el uso de sentimientos tan íntimos como propaganda televisiva. Me huele mal esto. No me inspira confianza que una enfermedad tan grave pase desapercibida para los ejecutores del programa (que no lo hizo), que esta participante agotara sus días de vida cumpliendo su sueño como decían, que todo sea televisado y emitido post mortem con una naturalidad pasmosa y que encima se anuncie a bombo y platillo que tal cosa está ocurriendo. Y me huele aun peor que sea de telecirco. Qué gran obra de marketing comercial, que culminación empresarial de contenido emocional tan finamente analizado y plasmado en nuestras retinas. 

Os invito a reflexionar sobre si en este caso se trata de homenajear a una niña o a alimentar un morbo para obtener un lucro. Yo tengo clara mi postura: homenaje si pero obtener beneficio económico no. No se cuán profundo llega este asunto (aún se está emitiendo el programa) pero me gustaría creer que se respeta la memoria de los más inocentes en este circo macroeconómico. 

No nos dejemos comprar. 


U

viernes, 10 de enero de 2014

Días de plomo

Como el cansancio que cala hasta los huesos y hace tambalear los andamios del pensamiento en un día de invierno. Andando a paso constante con la desmesura propia del caballo engreído, seguro de su fuerza aunque el cielo le caiga encima. Y mantiene constante su propia naturaleza, ante la adversidad. Y que a pesar de todo es capaz de fluir con la musicalidad de los días soleados. Así se depura un día plomizo sin sol como este. Así debe terminar un día en el que te entregas al dulce sueño sabiendo que has cumplido. Que lo has merecido. Que eres uno y has cerrado el círculo. Que has crecido. Que por nada dejarás de saber que eres el dueño de tu destino...




U