sábado, 1 de junio de 2013

Un Gin Tonic, por favor.

Se acaba el mundo. Se palpa en el ambiente. Lo dice el cartero, recién amanece el día. Lo ves en el tendero que te devuelve el cambio alicaído. Te dedica una mirada cansada mientras se despide y se concentra en el próximo cliente. Los días de la semana son largos, agotadores. El cansancio físico es superado con creces por un agotamiento mental que lastra el espíritu. Además tiene ese patrón acumulativo que no se desintoxica en muchos meses de descanso. La rutina se sumerge en el gris y suenan marchas fúnebres. 

En tu iPod suena triste Leonard Cohen justo ese día. El reproductor de forma aleatoria te recuerda que el mundo no cambia. Ni tiene pinta de hacerlo. Pero todos continúan su rutina, ajenos a que todo se desmorona a su alrededor. No es una caída fulgurante de edificios levantando humo ni una tormenta estelar que derrite las aceras, no. Eres capaz de percibir que el mundo que se acaba es el mundo de las sensaciones, de los estímulos y del color. El punto y seguido lo marca el mediodía y las rotativas cargadas de desastres y caraduras, sobre todo esto último. Personajes de traje y corbata que mueven los hilos de mal en peor. Pero tú solo eres un hombre, ¿qué puedes hacer?

Pero aunque parece que no sirve de nada, das el primer paso. Das al play y que suene: 



¡Y que suene! ¡Más y más fuerte! Ánimo bajo, música alta. Tus pasos cada vez más seguros. Tu mente recuerda esas noches en que si se podía salvar el mundo desde un bar. Los amigos, las rondas, el estruendo de la gente hablando y riendo sin preocupación. Donde nada ni nadie puede quitarles ese momento. No tendrán nada, les podrán quitar todo pero no el placer de disfrutar de la compañía de "los de siempre". 


No todo es tan feo, el tapiz se vuelve a colorear y de repente te te das cuenta que ha caído la noche y te ves enfundándote ese traje especial que ya no te ponías. La música sigue sonando alta en tu cabeza y tus sentimientos se unen a la descarga de adrenalina que te mueve. En la próxima escena que recuerdas estás entrando en el garito que solías frecuentar. No importa como llegaste allí, ni importa como surgió. Tampoco saber como has aparecido en un viernes por la noche. Sólo importa que tus colegas ya han pedido algo y disfrutan de la mayor tertulia vital imaginable. Te unes. La música sigue alta y mantiene a raya a la desesperanza, que ya no es ni un rumor lejano. Allí, en ese rincón del mundo te sientes poderoso. Es tu momento. Una camarera se acerca y tú lo tienes claro, por supuesto: 

-Por si se acaba el mundo, un Gin Tonic, por favor. 

U

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