No es el viento de un canto triste, tampoco. Esa oda al transcurrir incesante del devenir hasta el mar de la tranquilidad. Segregación humana en cada etapa de la ciencia que fomenta el rencor de los ecos de vida de aquellos qué elevaron la cumbre de la civilización y se volvieron únicos. Eternos. Tan intemporales como la Luna, tan recordados como criticados. ¿Genios? ¡Genios!
Y termina su melodía susurrante, deja de mecer las ramas de los árboles y ya no se rozan dulcemente las hojas de mi memoria. Pasa, nada queda. Solo yo y el silencio. Asi estaremos bien.
Qué difícil es hablar con uno mismo. Debéis entender que ni yo mismo entiendo.
U
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