miércoles, 26 de marzo de 2014

Isla Primavera

Gente que se va y gente que se queda. Son días de viento primaveral que barre y limpia los despojos de un invierno del que ya quedan poco más que los huesos. Viejos huesos fríos y resquebrajados por los avisos primaverales prematuros que demuestran cómo pasa el tiempo y que todo va sobrando, envejeciendo y muriendo.

Hoy Ítaca está melancólica. Se mueve un luto triste por un invierno que se fue y mi casa está tan vacía como la cama desde que Penélope está esperándome. Y se que aún tardaré en volver, y se que duele la ausencia y el olvido. La memoria sufre mientras el feroz céfiro trae la agitada primavera desde el oeste. Sirve un monótono desayuno y se marcha sin mediar palabra. Es honesto, nunca fue un amigo, sólo un atrezo de este escenario, el mayordomo del día a día. Un empleado del tiempo. Por eso nunca seremos nadie el uno para el otro. Nuestra fútil relación se deshace como la espuma en el mar.

Me desperezo y lanzo la pereza a la fría mañana. Recorro el puente mojado por la bruma y la sal y, como cada mañana, miro de frente al futuro. Abrazo el mástil con el puño y, subido al mirador de madera, dejo al viento azotar mi cara. Abro los ojos, tierra extraña a lo lejos tras la niebla...

Y sigo navegando por el ancho y silencioso océano, guardando un rincón en mi alma para Ítaca, y para Penélope, la de cálido esplendor. Mientras dure esta Odisea las estrellas serán las piedras del camino, las migas de pan en este laberinto. Y mientras todo dure:

Nos vemos por los mares 






U

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