Lo miraba y escuchaba mirarme mientras se mecían las olas a mi espalda y permanecía inmóvil ante tanta belleza. No se movió, no respiró, mandó detener el viento durante una larga inspiración para que yo me deleitara saboreando las entrañas de mis miedos. Era suyo, me había conquistado. Sin lucha, sin resistencia. Había entrado reventando la puerta de mis delirios de grandeza y había resuelto pasearse por encima de mi ego mientras le apeteciera. Y aún seguía mirándome...
Dejábamos pasar las horas y yo me acostumbraba a su intrusión. Fue sondeando los recodos de mis miedos, devorando las dudas que me lastraban cada viaje y que no podía escupir al mar, fue moldeando la maqueta del hombre que iba a ser cuando me marchara y dejara atrás esa mirada de perfección y frío instinto. Me hizo saber que andaría por el mundo y jamas sería como él. Me confesó que perseguiría su perfección por los rincones del mar de sal y espuma. Atravesando amaneceres rotos y atardeceres ocres con vientos fríos y nerviosos. Que nada sería fácil pero que todo iría bien. Le creí con fiereza, destrocé mi máscara de escepticismo para que me inundara por completo.
Me transformó cuando lo conocí. Me confundió, me hizo despertar y conseguí hallar mi camino...
Solo con una mirada.
U
No hay comentarios:
Publicar un comentario